viernes, 18 de marzo de 2016

LA ESPONTANEIDAD. DESCUBRIENDO LA ESENCIA DEL SER HUMANO.

Ejercer el derecho de expresar nuestros pensamientos y emociones es beneficioso y saludable si somos capaces de tener pensamientos propios. Pero esto a veces  no es tan sencillo.
La sociedad y la educación nos llevan a la eliminación de la espontaneidad por emociones, pensamientos y deseos impuestos desde fuera, "bajo el imperativo de la 'normalidad' ", que diría Foucault. Como él mismo destaca: "La disciplina 'fabrica' individuos; es la técnica específica de un poder que se da en los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio. No es un poder triunfante (...); es un poder modesto, suspicaz, que funciona según el modelo de una economía calculada pero permanente"Foucault, M. Vigilar y castigar. Buenos Aires. Siglo XXI. 1989. Pág. 175El ejercicio de la disciplina se despliega en tres aspectos: la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora y el examen. Las escuelas militares son un buen ejemplo del ejercicio de este tipo de control sobre el ser humano: "Educar cuerpos vigorosos, imperativo de salud; obtener oficiales competentes, imperativo de calidad; formar militares obedientes, imperativo político; prevenir el libertinaje y la homosexualidad, imperativo de moralidad". Foucault, M. Obra citada. Pág. 177.

De esta forma somos ejecutores automáticos o autómatas, viviendo bajo la ilusión de ser libres. Tendemos a pensar, sentir y querer lo que creemos que los demás creen que debemos pensar, sentir y querer, y en este proceso perdemos la conexión con el nuestro yo verdadero, con nuestra esencia. La pérdida del verdadero yo siembra la duda acerca de nuestra propia identidad. Esa duda, la falta de certeza sobre qué es lo verdadero y la búsqueda de qué es lo “apropiado” nos hace renunciar a la libertad que tenemos de ser espontáneos. Esa pérdida de la identidad hace aún más necesario buscar la conformidad de los otros y la buscamos en la forma en que nos creemos mejores a sus ojos. De forma que uno puede estar seguro de sí mismo sólo en cuanto logra satisfacer las expectativas de los demás. Si no lo conseguimos, somos víctimas de sentimientos de aislamiento, decepción, frustración, culpa, impotencia, inferioridad, incapacidad y debilidad. Y nuestro cuerpo sufre una activación nerviosa constante a la que nos acostumbramos y ya casi ni percibimos.

Los auto-engaños nos ayudan a sobrellevar el camino que elegimos cuando está en contradicción con el camino que queremos. Cuando digo “sobrellevar” no me refiero a una forma de vivir feliz, sobrellevar es vivir sin calidad de vida. Gandhi decía que la felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía.

A veces, recurrimos al auto-engaño. El auto-engaño es una forma de paliar la disonancia cognitiva que se produce en un ser humano, en el que entra en contradicción lo que quiere con lo que hace. Los auto-engaños no son necesariamente malos si son coyunturales. Pueden ser un mecanismo de defensa que nos sirve en un momento concreto de nuestra existencia, en el que no podemos o queremos enfrentarnos a una realidad determinada. Un momento en el que no aceptamos la realidad tal y como es. Sin embargo, no debería ser nuestra forma habitual de estar en la vida.

En busca de seguridad y tranquilidad abandonamos nuestra espontaneidad y nuestro impulso a ser quienes realmente somos. Dejemos de complacer, sea cual sea nuestra voluntad, nuestro deseo, nuestro pensamiento, nuestra opinión, porque es el nuestro/a, nuestra decisión y nuestro derecho. La actividad espontánea es el único camino por el cual nosotros los seres humanos podemos superarnos a nosotros mismos. Avanzar en nuestro desarrollo personal y vencer miedos, a la soledad, al fracaso, al abandono y no sacrificar la integridad de nuestro propio yo, ser verdaderamente libres, y en definitiva felices.